Por Paula Doria
Siendo ya el tercer día del festival Rock Imperium, las almas vuelven de nuevo al recinto con energías renovadas. El cartel del sábado incluía a una de las bandas más legendarias de la historia del Rock y eso se notaba en el ambiente.
Pero a ese cabeza de cartel le precedían una buena cantidad de bandas que venían preparadas para preparar el terreno y calentar a la multitud. Las bandas locales Punto y final y Mind y los malagueños Inxight dieron la bienvenida a la calurosa jornada del sábado. Continuando con las apuestas de rock y metal nacional, los madrileños Strangers aterrizaron en el parque del Batel para agitar y reunir al público, que también se aglutinaba en las primeras filas para recibir los refrescantes manguerazos del staff. Con Celia Barloz al frente, esta banda demostraban una vez más por qué se han convertido en una de las revelaciones más emocionantes del panorama hard-rockero. A pesar de que las pantallas del escenario permanecieron apagadas, la energía cruda de su hard rock fue suficiente para electrizar a todos. Celia, con un llamativo top y muñequeras de leopardo, se comió el escenario con una presencia arrolladora, mientras la banda descargaba riffs contundentes con Worth a Shot, el íntimo With You o Flames. Pero fue con su último single, Enemy, lanzado hace apenas unas semanas, que la banda dejó claro que tienen un futuro prometedor. Strangers son una apuesta segura para los amantes del hard rock, y esa tarde lo confirmaron con creces.
Los británicos FM, una leyenda viva del AOR y el melodic rock, dejaron claro en su actuación que el paso del tiempo no ha mermado ni un ápice su calidad en directo. A pesar de que ya son todos mayores, su energía y profesionalidad fueron impecables, con Steve Overland al frente demostrando que su voz sigue siendo tan potente y emotiva como en sus mejores años. El público, entregado, coreó con fervor los temas más románticos, convirtiendo el concierto en un viaje sentimental a los 80. El teclista Jem Davis se dejó el alma en cada nota, mientras Steve, con su icónica Fender turquesa (tan desgastada como la propia historia de la banda), lideraba el escenario con carisma. Hubo un momento en que la guitarra pareció desafinarse, probablemente por el calor, lo que provocó un gesto de frustración en el cantante, pero ni eso frenó su entrega. El buen rollo entre los músicos era evidente: se sonreían constantemente, disfrutando cada segundo como si fuera el primero. Aunque su música merecía el mágico ambiente de una noche estrellada, FM brilló incluso bajo el sol. El setlist fue un recorrido por sus mayores éxitos, desde el vibrante Digging Up the Dirt, Killed by Love, el inolvidable That Girl, y pasando por joyas como Tough It Out (que arrancó un mar de aplausos). Una velada que confirmó por qué sigue siendo una banda de culto, capaz de grabar sus clásicos a fuego en la memoria de quienes los vivieron… y de quienes los descubren ahora.
Y de la misma manera que FM demostraba que el rock no tiene edad, Michael Monroe llegaba con las pilas cargadas a Cartagena. Con 63 años, esta leyenda viviente del glam punk apareció vestido con un chaleco de cuero negro, mallas ajustadas adornadas con florituras blancas y rosas rojas, y su icónica melena rubio platino. Como un torbellino, abrió el set con Dead Jail or Rock ‘n’ Roll, sacando su armónica. El guitarrista, con un atuendo igual de llamativo (camisa roja de estrellas blancas y pantalones escarlata) y el batería, luciendo una camiseta tributo a los Rolling Stones, completaba el cuadro de una banda tan excéntrica como talentosa. Monroe no paró ni un segundo: se colgó de las vallas, se abría de piernas, repartió palmitos (¡más que bienvenidos!) y en un momento clave modificó un estribillo para gritar Cartagena is going crazy!, arrancando un rugido de la multitud. El setlist fue un viaje por su carrera en solitario y un homenaje a Hanoi Rocks, con joyas como Last Train to Tokyo, Malibu Beach Nightmare y el emotivo Don’t You Ever Leave Me. Las versiones fueron otro punto álgido, incluyendo el tema Not Faking It de Nazareth y cerrando con Up Around the Bend de Creedence Clearwater Revival.
El cambio al escenario “Estrella Levante” vino acompañado de un cambio musical muy drástico. Era el turno de Leprous, una banda extremadamente innovadora cuyas composiciones reflejan la actitud perfeccionista de los músicos. Los noruegos, conocidos por su enfoque vanguardista del metal progresivo, comenzaron su set con «Silently Walking Alone», una pieza lenta y atmosférica que puso a prueba la paciencia de algunos asistentes. Sin embargo, lo que al principio parecía un arranque dubitativo pronto se reveló como una estrategia magistral: cada tema fue ganando intensidad, construyendo una experiencia sonora que terminó por hipnotizar a todos. Einar Solberg, el carismático frontman, demostró por qué es considerado uno de los vocalistas más versátiles del metal actual.
Desde guturales desgarradores hasta agudos operísticos que harían palidecer a cualquier cantante de power metal, su voz fue un instrumento más en el complejo entramado sonoro de la banda. Pero Solberg no se limitó a cantar: alternó entre los teclados, la mesa de sonido y su característico despliegue escénico, saltando y pisando el escenario como si cada nota lo electrizara. La banda, meticulosa hasta el extremo, aprovechó cada silencio, cada cambio de tempo y cada disonancia para crear una atmósfera única. Canciones como Illuminate y Alleviate mostraron su habilidad para componer estructuras musicales intrincadas, mientras que From the Flame y Slave desataron la energía acumulada, llevando al público al éxtasis. El broche de oro llegó con The Sky Is Red, donde solo interpretaron el poderoso outro, dejando a todos con ganas de más.
Después de esta auténtica descarga de calidad musical, tocaba volver atrás en el tiempo y presenciar uno de los clásicos del power metal: los alemanes Blind Guardian, quienes ofrecieron un concierto magistral que unió generaciones de amantes del metal y la fantasía. Desde el primer acorde de The Ninth Wave, quedó claro que estábamos ante algo más que un simple concierto: era una inmersión total en un universo de leyendas, dragones y batallas épicas. Hansi Kürsch, con su voz tan potente como hace décadas, demostró por qué es una de las figuras más icónicas del power metal. Ataviado con su clásico look todo de negro, conectó con el público desde el primer momento, guiando entre coros monumentales y pasajes de pura magia musical. A su lado, André Olbrich y Marcus Siepen tocaron riffs neoclásicos y melodías que hicieron volar la imaginación con Blood of the Elves, mientras el baterista Frederik Ehmke y el bajista Johan Van Stratum mantuvieron una base rítmica impecable.
El setlist fue un viaje perfecto por su discografía, desde los clásicos atemporales hasta joyas de su último álbum The God Machine, cuya portada (diseñada por Peter Mohrbacher) colgaba majestuosamente al fondo del escenario. Nightfall, basada en El Silmarillion de Tolkien, encendió la mecha, seguida por Tanelorn y Time Stands Still. La sorpresa llegó con Lord of the Rings, un tema que hizo enloquecer a los fans más veteranos, mientras que The Bard’s Song – In the Forest se convirtió en un momento mágico, con miles de voces cantando al unísono bajo el cielo cartagenero. El final fue simplemente glorioso: Valhalla y Mirror Mirror cerraron la noche con una explosión de energía, dejando al público con la sensación de haber sido parte de algo único. Su música, una mezcla perfecta de virtuosismo técnico y narrativa épica, demostró por qué siguen siendo los reyes indiscutibles del power metal. Hansi, consciente del hechizo que habían creado, bromeó con el horario ajustado, pero nadie quería que terminara.
La nostalgia que dejó Blind Guardian sobre sus fans no hizo más que crecer enormemente con el siguiente protagonista de la jornada del sábado: The Cult ya había montado su escenario y se preparaba para salir y ofrecer uno de los mejores conciertos de la historia del Rock Imperium. Antes de que el primer acorde resonara, un técnico recorrió el escenario con una rama de palosanto humeante, purificando guitarras, amplificadores y micrófonos en un ritual que anticipaba la experiencia trascendental que estaba por venir. The Cult no iba a ofrecer un simple concierto: preparaban una ceremonia donde la música sería el vehículo para tocar el alma y conectar con cada célula del público. El hechizo comenzó con In the Clouds, una joya rescatada de los archivos que emergió como un mantra. Ian Astbury, con su bandana negra y voz de chamán urbano, elevó el ritual con Rise, mientras Billy Duffy ofrecía unos riffs hipnóticos con su Gibson. La magia se intensificó con Wild Flower, donde miles de voces cantaron al unísono, y The Witch, un tema oscuro que demostró por qué los 90 fueron tan cruciales para la banda como su era dorada.
El viaje continuó con el groove apocalíptico de Hollow Man y la distorsión tribal de War (The Process), canciones que hacían olvidar el mundo exterior. Astbury, en trance, condujo al público hacia el éxtasis con Edie (Ciao Baby), un homenaje a Edie Sedgwick, mientras que C.O.T.A. y Lucifer transportaron de nuevo a un viaje musical increíble.
El momento más místico llegó con Resurrection Joe, donde el bajo de Charlie Jones resonó como un latido ancestral, seguido por el diluvio emocional de Rain y Spiritwalker. Cuando She Sells Sanctuary envolvió el recinto, el público vibraba en un éxtasis colectivo. Los miembros de la banda se despidieron de pronto, pero los asistentes sabían que ahí no acababa el concierto. Y en efecto, dos temas más fueron los que dieron el broche final a este grandísimo show. La grandísima esperada Fire Woman y también Love Removal Machine cerraron con una descarga de puro rock’n’roll que dejó a todos exhaustos pero regenerados. Cuando las luces enfocaron ahora al público, que despertaban de un sueño vívido, una ola de aplausos y vítores aclamaron a The Cult, quienes agradecían con todo su corazón a sus seguidores.
Ahora bien, siendo ya el tercer día de festival y después de darlo todo con los conciertos de Blind Guardian y The Cult, era difícil esperar que al público le quedaran energías para otra descarga de puro power metal. Inesperadamente, se quedó una buena cantidad de fans que no podían perderse a los tan conocidos Rhapsody Of Fire, banda actualmente liderada por Giacomo Voli. Ofrecieron un setlist de nada más y nada menos que 13 temas, todos ellos inspirados en batallas y leyendas épicas, una seña de identidad que mantienen desde sus orígenes. Comenzando con Unholy Warcry, Giacomo supo ganarse al público, animándolos a gritar y corear con él, lo que fue clave para mantener el ánimo encendido a esas horas de la noche.
El repertorio incluyó melodías tan representativas como Chains of Destiny y Warrior Heart, además de un sentido homenaje a Christopher Lee con The Magic of the Wizard’s Dream, cuya voz grave y poderosa contrastaba con los agudos de Giacomo, generando un momento de nostalgia y orgullo a partes iguales. No faltaron clásicos como Dawn of Victory o Land of Immortals, cantados a pleno pulmón por una audiencia que, pese al cansancio, respondió con entusiasmo. Sin embargo, hubo un aspecto que restó calidad al show: la evidente cantidad de pistas pregrabadas tanto de coros como de instrumentos que se lanzaban en directo. Esta decisión, aunque comprensible en términos de producción, le quitó parte de la autenticidad y energía que se espera de una banda con tanta trayectoria y presencia escénica. Aun así, cerraron con Emerald Sword, dejando una última ráfaga de épica que conectó perfectamente con el espíritu fantástico que Blind Guardian había despertado previamente. Un espectáculo disfrutable, aunque no exento de detalles que dejaron a algunos con una sensación agridulce.
Finalizando un día lleno de energía y viajes a épocas pasadas, Manticora reunió a los pocos que quedaban, ya que la mayoría del público se había marchado exhausto. A pesar de los buenos efectos visuales y de la experiencia de los músicos, la voz de Lars Larsen deslució el conjunto y bajó el nivel general de las composiciones. Es innegable que mantiene una buena conexión con el público y posee presencia sobre el escenario, pero debería dedicar más tiempo y esfuerzo a mejorar su interpretación vocal antes de volver a ofrecer un directo de este calibre. Con temas como Mycelium o Private Hell, era evidente que las composiciones eran sólidas y que los músicos entregaban todo su potencial. Sin embargo, cada vez que le tocaba el turno a Lars, esa magia se rompía, lo que provocó que muchos de los asistentes se fueran retirando poco a poco, visiblemente decepcionados por el resultado del concierto.
A pesar de este incómodo cierre, la jornada del sábado en el Rock Imperium había sido espectacular. Una elección distinta para la banda encargada de cerrar podría haber elevado aún más el listón de un día que, hasta entonces, había rozado lo impecable.
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