Pedro Alonso
El tiempo vuela. Hoy se cumplen diez años desde que Lemmy pasó de ser una leyenda terrenal a una leyenda en el firmamento del rock. Encumbró a Motörhead a lo más alto y vivió una vida plena sin encorsetarse en convencionalismos. Su autenticidad fue uno de los motores que impulsó su éxito durante más de 40 años. Nadie consiguió domar su espíritu ni su forma de entender la música y la vida. Aunque son innumerables los músicos que lo siguen tributando y, a pesar de algunos cantos de sirena, por el momento nadie ha osado a revivir el nombre de Motörhead. Sin Lemmy sería un insulto al rock. Cualquiera podría imitarle, pero nadie podría sustituirle.
Lemmy Kilmister, el icónico líder de Motörhead, falleció el 28 de diciembre de 2015, apenas cuatro días después de cumplir 70 años a consecuencia de un cáncer. El músico británico afincado en Los Ángeles, llevaba afrontando durante los últimos años distintos problemas de salud, que no frenaron en absoluto su carrera musical. En agosto de aquel año había lanzado su último disco con Motörhead, Bad Magic. La banda había completado el último tramo del tour europeo de 2015 el 11 de diciembre en Berlín (Alemania), tan solo 17 días antes de su muerte. Prácticamente falleció con las botas puestas.
En recuerdo de Lemmy Kilmister cuando se cumplen diez años de su muerte he querido recuperar las líneas que me vinieron a la cabeza en el mismo momento cuando me enteré de aquella trágica noticia.
Pedro Alonso:
“Con Lemmy se nos va parte de la banda sonora de nuestra vida, pero también perduran los buenos recuerdos relacionados con él que nunca se podrán borrar. En el primer concierto que vi a Motörhead, allá por 1993, se comenzó a gestar el mejor grupo de amigos que 22 años después siguen a mi lado. Como fan me acerqué dos veces a él con el enorme respeto que daba su figura. Habré visto a Motörhead cerca de una decena de veces. Como periodista nunca conseguí entrevistarle, tampoco me importó demasiado por la fama que le precedía.
Nunca me olvidaré de aquella noche de octubre de 2011 cuando entré en el Rainbow Bar And Grill en Sunset Boulevard (Sunset Strip en West Hollywood) en Los Ángeles y lo vi al fondo de la barra. Era como su segunda casa. Me puse a un metro escaso suyo, pero no osé a romper su intimidad. Me limité a observarle sin atosigarle mientras jugaba a la tragaperras y apuraba su bebida. Estaba rodeado por los miembros de The Head Cat, que habían estado de promoción aquella tarde, pero Lemmy iba a lo suyo. Durante una hora lo vi inmerso en un hábitat en el que se encontraba cómodo. Allí era uno más. En ocasiones cruzaba su mirada con la mía quizás pensando si yo le iba a interrumpir, pero no lo hice. Aquel rato me valió más que cualquier foto o autógrafo. La persona muere, su legado, su leyenda y su música jamás lo harán”.
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