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Top 5 de la semana

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Scorpions, Stryper, Amaranthe, Gloryhammer, Decapitated, Hitten y 91 Suite en Rock Imperium 2025

Por Paula Doria

Mientras el sol caía sobre Cartagena, el Rock Imperium se preparaba para una noche épica. El segundo día del festival prometía un viaje musical que abarcaba desde el hard rock clásico hasta el metal más técnico, con bandas que llevaban décadas definiendo géneros y otras que emergían con fuerza desde la escena underground.

El inicio del segundo día del Rock Imperium fue todo menos tibio. Cuando aún algunos asistentes se resguardaban bajo gorras y gafas de sol, Head Phones President irrumpió en el escenario con una intensidad arrolladora. Provenientes de Japón y liderados por la magnética Anza, la banda entregó una actuación que dejó sin aliento a los madrugadores del festival. Su setlist, compuesto por temas como Change the Game, Until I Die, Can You Feel It y Anime Medley, osciló entre pasajes melódicos que recordaban a los días dorados del nu-metal. Anza, con sus movimientos dramáticos y su expresividad vocal, cantaba y se movía como si luchara contra un demonio invisible, transmitiendo una vulnerabilidad que contrastaba con la contundencia de las guitarras distorsionadas. Muchos asistentes admitieron no conocer a la banda antes de ese día, pero se marcharon del escenario con buen sabor de boca.

El calor seguía apretando cuando Secret Rule subió al escenario, pero su propuesta envolvente ayudó a crear una atmósfera más introspectiva, como si una brisa oscura se deslizara entre las notas. La banda italiana, liderada por la vocalista Angela Di Vincenzo, ofreció un set cargado de dramatismo melódico. Temas como Digital Revolution, The Song of the Universe, Destruction y Time Zero combinaron riffs potentes con líneas vocales casi etéreas, creando una dualidad entre fuerza y fragilidad que cautivó tanto a los que aguantaban en las primeras filas como a los que se resguardaban a la sombra de la muralla del parque. Angela apareció vestida de negro, con mallas totalmente desgarradas al más estilo gótico, y desde el primer momento se adueñó del espacio con elegancia y presencia. En Desperation, su voz navegaba entre estallidos emotivos que transmitían tanto redención como castigo. La banda, por su parte, mantenía una precisión milimétrica, con una guitarra solista que brilló especialmente en One More. A pesar de ser relativamente nuevos en el circuito internacional, Secret Rule demostraron por qué están ganando terreno en la escena europea.

Con las sombras de la tarde comenzando a alargarse un poquito más, Hitten subió al escenario con un propósito claro: encender el alma heavy del festival. Y lo consiguieron. El grupo murciano jugaba en casa y desplegó un repertorio que hizo vibrar tanto al público más veterano como a los más jóvenes con la energía del Hard Rock. Con While Passion Lasts quedó claro que su show sería una declaración de intenciones: guitarras afiladas, coros que invitan al puño en alto y una actitud que mezcla respeto por el legado y el espíritu propio. Canciones como Eyes Never Lie y Hold Up the Night continuaron con velocidad, pero sin perder precisión. El frontman, con top rojo  y mallas negras, no paró de moverse, de animar al público, de demostrar que lo suyo no es pose, sino pasión real. Un momento curioso llegó durante los últimos temas de su setlist, cuando un fallo técnico interrumpió brevemente el sonido. Lejos de enfriarse, el público respondió con palmas, coreando a capela, mientras los técnicos resolvían el problema. La banda retomó el final de su repertorio con más fuerza aún, provocando un estallido de energía colectiva que confirmó su conexión con la audiencia. Hitten no solo demostró que el Hard Rock sigue vigente, sino que tiene sangre joven que lo lleva con orgullo.

Es hora de pasar a uno de los momentos más elegantes del día: la actuación de 91 Suite, embajadores del rock melódico/AOR hecho en Murcia. Aunque su propuesta se alejaba del metal más extremo de otras bandas del cartel, su presencia fue como un soplo de aire cálido y sofisticado, ideal para ese tramo del festival. 91 Suite ofreció una actuación cuidada al detalle, donde cada nota parecía medida y cada estribillo estaba diseñado para ser coreado. Abrieron con Sealitwith a kiss, que sirvió de introducción perfecta a su propuesta: melodía, armonía vocal y guitarras limpias, con un ritmo sostenido y envolvente. El vocalista, con voz pulida, supo conectar con el público sin necesidad de alardear demasiado. Give Me the Night, uno de los puntos altos del setlist, brilló con su solo de guitarra, que arrancó una ola de aplausos. Fue uno de esos momentos donde la música parece flotar sobre el público, más que golpearlo. A pesar del calor, muchos decidieron no moverse del escenario, hipnotizados por una banda que conoce perfectamente sus fortalezas y sabe cómo desplegarlas. Con temas como All for Love o Wings of Fire, 91 Suite ofreció un concierto con sentimiento. Cartagena aplaudía a los suyos, y con razón: habían ofrecido un espectáculo lleno de clase y pasión.

La llegada de Amaranthe supuso un giro radical en el tono del festival. Tras una tarde dominada por propuestas más clásicas o técnicas, la banda sueca irrumpió con su inconfundible fusión de metal moderno, pop electrónico y estética futurista. El despliegue visual fue bueno: la pantalla con la imagen de una androide futurista y buena cantidad de luces sincronizadas. Sobre el escenario, el trío vocal conformado por Elize Ryd (voz limpia femenina), Mikael Sehlin (voz gutural) y Nils Molin (voz limpia masculina, también vocalista de Dynazty) ofreció una interpretación precisa, respaldada por una producción de alto nivel. Sin embargo, más allá del envoltorio espectacular, lo que se percibió fue una alarmante falta de riesgo y creatividad en las composiciones. Temas como Fearless, Maximize o Strong, aunque ejecutados de manera correcta, acabaron sonando muy parecidas, construidas a partir de estructuras repetitivas y fórmulas que el propio grupo lleva explotando sin apenas evolución desde hace años. La mezcla de elementos electrónicos con breakdowns y estribillos de estadio funciona, pero cada vez con menor frescura. Además, resulta difícil no notar cómo muchas de sus canciones, incluyendo a The Nexus o Archangel recuerdan poderosamente a otras bandas del mismo estilo, sin aportar una voz verdaderamente propia. Cerraron con Drop Dead Cynical, uno de sus temas más populares y eficaces en directo. Sin embargo, su riff principal de guitarra y el ritmo base sonó peligrosamente similar al de The Beautiful People de Marilyn Manson, dejando al oyente con la duda de si se trataba de un guiño intencionado o de un plagio disfrazado. En cualquier caso, la sensación final fue que Amaranthe apuesta más por el impacto inmediato que por la profundidad o la innovación. Un espectáculo llamativo, sí, pero de esos que se olvidan rápido una vez que las luces se apagan.

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El turno de Stryper era uno de los más esperados del día, tanto por su estatus de leyendas del metal cristiano como por la legión de fans (algunos con tatuajes de la banda en brazos y piernas) que se agolpaban en las primeras filas horas antes de su actuación. Vestidos, como es tradición, con atuendos completamente negros y amarillos, el grupo estadounidense ofreció un concierto correcto pero sorprendentemente escaso en fuerza escénica y despliegue técnico. No hubo lona con el logo, ni elementos visuales, ni siquiera un mínimo atrezzo: solo los músicos sobre el escenario (con la batería colocada de lado). El setlist, eso sí, fue un repaso extenso a su carrera y aclamado por los más fieles.

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Comenzaron con Sing-Along song, poderosa en lo lírico pero algo opaca en cuanto a sonido. Le siguieron Calling on You, Free y Divider, esta última coreada con entusiasmo. Sin embargo, el volumen general del concierto fue más bajo de lo esperado, y a pesar del virtuosismo vocal de Michael Sweet, la banda pareció contenida: apenas se movían sobre las tablas, y la energía no terminaba de prender. Continuaron con Sorry y Loud ‘n’ Clear, manteniendo el tono nostálgico. La banda continuó dando a su público los clásicos que más pedía como The Rock that Makes Me Roll, Surrender y All for One.

Michael Sweet, carismático como siempre, no dejó pasar la oportunidad de lanzar unas cuantas Biblias al público (sí, todavía lo hace) y dirigirse a la audiencia con un mensaje de unidad: “No importa lo que creas, lo importante es que estemos aquí compartiendo esta música”, dijo. A medida que el concierto avanzaba, el sonido y la puesta en escena iba mejorando, dando cada vez más caña con temas tan esperados como When We Were Kings y la famosísima Soldiers Under Command, que desató la locura entre los fans. Este último sprint en cuanto a esfuerzo sobre el escenario y el cierre apoteósico con To Hell with the Devil compensó por los pelos un show que al principio parecía quedarse corto. Para una banda con su trayectoria y con un público tan entregado, sería de agradecer más alma y más espectáculo sobre el escenario. Aun así, Stryper se apoyó en la nostalgia y el calor de sus fans y les dio un repertorio que jamás olvidarían.

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Cuando el escenario Estrella Levante se preparaba para recibir a los Scorpions, el ambiente cambió por completo. No era solo emoción: era respeto. Pocas bandas han marcado tantas generaciones dentro del rock como estos alemanes, y su aparición en el Rock Imperium (de nuevo) fue tratada como lo que era: una ceremonia. A sus 77 años, Klaus Meine emergió con su gorra característica, gafas de sol y una sonrisa de oreja a oreja, dispuesto a demostrar que aún tenía mucho que ofrecer. Y vaya si lo hizo. Abrieron con Coming Home, un arranque simbólico y potente que conectó de inmediato con el público. La banda, perfectamente engrasada, mostró una energía envidiable, aunque el pobre Klaus se movía como podía. Gas in the Tank, de su más reciente trabajo, encajó sin fricción junto a clásicos como The Zoo y Coast to Coast, donde las guitarras de Rudolf Schenker y Matthias Jabs tejieron esos riffs tan reconocibles que son historia viva del rock.

La presencia de Mikkey Dee (ex-Motörhead) en la batería añadió un pulso más agresivo a la base rítmica, especialmente en temas como Bad Boys Running Wild o Delicate Dance, que sonaron con más músculo que nunca. Es increíble ver a Mikkey tocar con tanta dedicación y energía, sin parar, sin dejar de sonreír, una auténtica leyenda del rock. Uno de los momentos más emotivos llegó con Wind of Change, coreada por cada una de las almas que acudió al festival. Entre el público se vislumbraban miradas de nostalgia, de recordar cómo cantaban sus temas de jóvenes, en la radio y en los cassettes, y que ahora podían ver y escuchar en directo con sus propios ojos. Igualmente coreada, con los brazos en alto de lado a lado, Still Loving You enamoró al Rock Imperium de pies a cabeza. No hace falta mencionar el increíble despliegue de contenido visual que siempre acompaña a Scorpions: efectos en pantalla que te transportan a las calles descritas en cada canción, la pared del muro de Berlín rompiéndose a trozos, las tiradas de la tragaperras, y lo más impactante de todo el show: un gigantesco escorpión hinchable, sujetado por cables desde lo más alto del escenario, apareció en Rock You Like a Hurricane. Los asistentes se quedaron con la boca desencajada, gritando entusiasmados ante semejante cierre apoteósico. Scorpions no vinieron a cumplir: vinieron a demostrar por qué siguen en la cima tras nada más y nada menos que 60 años. Y lo lograron con creces.

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Tras tremendo nivel de experiencia, potencia y desenfreno, tocaba dar paso a una banda mucho más pequeña. Gloryhammer es sin duda un grupo que sabe cómo entretener y generar alegría en el escenario, con un espectáculo visual y teatral muy trabajado. Su caracterización, la puesta en escena y el humor autorreferencial funcionan como un imán para quienes buscan en el metal una experiencia lúdica y festiva. Sin embargo, más allá de la espectacularidad, sus composiciones parecen ancladas en una fórmula repetitiva que limita su capacidad creativa y les resta profundidad musical, como se pudo observar con los temas Fly Away, Wasteland Warrior Hoots Patrol o Universe on Fire. Aunque su power metal sinfónico incorpora elementos grandilocuentes y coros potentes, las canciones tienden a seguir patrones muy previsibles, donde la épica y el humor se imponen por encima de una exploración más arriesgada o personal. Esto hace que, tras varios temas, el oyente pueda sentir que el grupo se encierra en una burbuja cómoda, repitiendo una estructura que ya conocen que “vende” sin atreverse a salir de ella. A pesar de ello, consiguen generar la fiesta deseada, animando a que todos los asistentes gritasen Hoots! en el tema Hootsforce, o haciendo reír sin parar con la aparición de un goblin tocando el saxofón y siendo golpeado por el martillo del cantante. El carisma y la teatralidad son sin duda su fuerte, y en festivales como este, donde la conexión con el público es clave, eso puede ser suficiente para triunfar. Con la famosa The Unicorn Invasion of Dundee terminaron de dar el lazo final a su repertorio.

Con la medianoche ya consumida y los cuerpos sintiendo el peso de un día maratónico, Decapitated subió al escenario con la misión de cerrar el día… y lo hicieron como solo ellos saben: con una precisión quirúrgica, brutalidad total y una entrega sin concesiones. Los polacos, veteranos del death metal técnico, desplegaron un set que combinó violencia sónica y control absoluto del caos. Fue como presenciar una maquinaria de guerra bien engrasada. Los temas Three-Dimensional Defect o Earth Scar son brutales: riffs afilados, blastbeats sin piedad y cambios de ritmo impredecibles. El pogo se forma de inmediato, transformando el parque en una zona de demolición y polvo en suspensión. Le siguieron piezas como Last Supper, Cancer Culture y Spheres of Madness, esta última un clásico que generó una avalancha de headbangs, empujados por la fuerza del bajo y la batería que se clavaban en el pecho a martillazos. El vocalista, entre tema y tema, apenas se dirigía al público, más allá de un “thank you” ronco y sincero. La música hablaba por sí sola. Para quienes resistieron hasta el final, Decapitated ofreció un cierre técnico, oscuro y devastador. Una clase magistral de cómo sonar extremo sin perder identidad ni control.

El segundo día del Rock Imperium fue una montaña rusa de emociones, géneros y estilos. Fue un día donde convivieron generaciones, estéticas, idiomas y mensajes, unidos por una pasión común. La música. Lo más bonito: que aún quedaban dos días más por delante.

 

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