Por Paula Doria
Como siempre, el tiempo pasa volando cuando uno se lo está pasando bien. Esa era la sensación que se respiraba el último día de la cuarta edición del Rock Imperium. Lo lógico habría sido reponer energías, descansar e ir al recinto solo al anochecer, pero un rockero prefiere darlo todo el último día y estar allí desde el principio hasta el final. Y así se reflejó en el festival: las mismas caras de siempre entrando desde bien temprano, pero también rostros nuevos, de personas que habían venido solo el domingo por los grupos que tocaban esa jornada. El último día del festival apostaba por los estilos más modernos del metal.
La banda murciana de death metal, Acrónica, fue la encargada de calentar motores. A continuación, fue el turno de un grupo muy especial y que resultó un gran descubrimiento para muchos: Lampr3a, provenientes del País Vasco. Aunque poco común, su propuesta dio una auténtica lección sobre el escenario: Lampr3a es una banda puramente instrumental, sin cantante ni voces que acompañen sus composiciones. Esto hizo que el público se centrara por completo en la batería, la guitarra y un curiosísimo Chapman Stick de ocho cuerdas (parecido a un mástil de guitarra ancho), que se tocaba en posición de violonchelo, con ambas manos, y funcionaba tanto como una extensión grave de la guitarra como de bajo. Solo tres músicos fueron suficientes para encandilar al público con su progressive metal. Abriendo con “Magla”, su apasionado fervor por las melodías más técnicas nos dejó de piedra. Con temas como “Evolve” o “Evøke”, dejaron claro su talento creativo y su capacidad de composición experimental, en una propuesta que recordó y se disfrutó como en el concierto de Leprous. A pesar de la complejidad de sus temas, Borja, Mikel e Izaguirre parecían tocar sin ningún esfuerzo, con las caras relajadas y disfrutando cada nota. Una lástima que solo tuvieran 30 minutos de actuación, ya que el público había entrado en un profundo trance… y se quedó con ganas de más.
Pasando ahora al hardcore nacional, Vendetta FM descargó toda su agresividad tanto al micrófono como a las baquetas y los mástiles. Con muchas ganas de arremolinar al público, el sonido no estuvo de su parte: la guitarra de Víctor no sonaba como debía, haciendo que uno de los primeros temas sonara desabrido. Pero eso no desmotivó a los músicos; al contrario, siguieron animando a los asistentes y continuaron tocando con fuerza. Con temas como “Apología del Fracaso”, “Llama Inmortal” o “Hombre Nuevo”, la batería de Jorge parecía a punto de romperse por la fuerza con la que golpeaba. Si la guitarra hubiera sonado bien durante todo el concierto, la torre de sonido podría haberse desmontado por la energía que desbordaban sobre el escenario. Como buen frontman, Jacob no paró de moverse, llegando incluso a bajar a tierra firme, donde un público exhausto lo recibió con ovaciones. Aunque se resolvieron los problemas técnicos de la guitarra, fue el bajo el que comenzó a fallar. La suerte no acompañaba a Vendetta FM, pero ya se habían ganado a todos los que se acercaron a agitar los cuellos, cerrando con “Espíritu de Lucha” y “De por Vida”, dos temas de una brutalidad inquebrantable.
Cambio de estilo: desde el otro lado del charco, Death Angel llegaba desde California para demostrar por qué son uno de los pilares del thrash metal. Formados en 1982, su experiencia quedó más que patente en el escenario cartaginés: coordinación impecable, conexión inmediata con el público y un sonido nítido y potente.
La voz de Mark Osegueda irrumpió con “Mistress of Pain”, una auténtica descarga instrumental que, desde el primer minuto, incitaba al caos y a los pogos. Su repertorio combinó temas nuevos como “I Came for Blood” con clásicos como “Buried Alive”. Fue entonces cuando se desató el pogo, levantando la arena del suelo y dando al directo ese toque de caos tan característico del thrash metal. A las guitarras, Rob Cavestany puso el listón bien alto con los temas que siguieron: “The Moth” y, para sorpresa del público, “Wrath – Bring Fire”, una canción inédita de su próximo disco, aún en preparación. Cerrando con “Thrown to the Wolves”, Death Angel marcó un antes y un después en la historia del Rock Imperium, sin defraudar a nadie y demostrando una vez más su gran dedicación tanto a su sello personal como a sus fans.
De California a Virginia, Municipal Waste fue la banda elegida para mantener vivos los pogos y, con ellos, el polvo en suspensión. La calidad del aire iba decayendo hasta hacer sonar las alarmas, pero era inevitable no verter toda la energía de forma desenfrenada con su crossover thrash. Los estadounidenses venían bien equipados: cinturones de balas, muñequeras que cubrían todo el antebrazo, tatuajes en ambos brazos y buenas melenas.
Llegaban con una mezcla explosiva de ganas de generar caos y puro cachondeo, algo que aprovecharon con humor cuando la pantalla del escenario, en lugar de proyectar el logo de la banda, mostró accidentalmente una ventana del escritorio del ordenador. Con actitud vulgar pero un dominio absoluto de sus instrumentos, abrieron con “Sadistic Magician” y “Slime and Punishment”, encendiendo los primeros pogos entre las primeras filas. Estos se alimentaron sin descanso con temas cortos y cargados de ese estilo de thrash fiestero, como “Breathe Grease” y “Grave Dive”. Por si fuera poco, Municipal Waste lanzó pelotas hinchables al foso, que rebotaban por los aires golpeadas por los puños que sobresalían del pogo. Aprovecharon bien el tiempo y tocaron muchos temas: “High Speed Steel”, “Crank the Heat”, “Under the Waste Command”, y cerraron con una explosiva “Born to Party”, con un público completamente desatado, perdiendo la noción del tiempo.
Coincidiendo con el año de nacimiento de Death Angel, los daneses D-A-D aparecieron con todo su glamour en el escenario Thunder Bitch para traer de vuelta un rock más clásico. Cada uno de los miembros lucía un estilo diferente, pero el que más destacaba sin duda era el bajista: chaqueta plateada, mallas que parecían sacadas de la aleación del T-1000 y botines a juego. Pero lo más peculiar era su arsenal de bajos, ya que usaba instrumentos de solo dos cuerdas, popularizados por Mark Sandman, de la banda Morphine. Uno de ellos, incluso, era transparente, como hecho de cristal. Y sí: solo esas dos cuerdas bastaban para ofrecer una base sólida en temas como “Girl Nation” y “Grow or Pay”, este último con un solo de guitarra bastante extenso. A pesar de su buena actitud sobre el escenario y su apuesta estética, el concierto de D-A-D no sonó como se esperaba. En comparación con actuaciones anteriores, les faltó más gancho. Tal vez fue una mala elección de repertorio (posiblemente improvisado tras la cancelación de Cattle Decapitation), o quizás no estaban preparados para el calor de Cartagena. Aun así, el público pareció entretenerse, moviendo las caderas al ritmo de “Rim of Hell” y “Monster Philosophy”.Para cerrar, D-A-D eligió dos clásicos infalibles: “Bad Craziness” (1991) y “Sleeping My Day Away”, que dejaron a los asistentes encantados.
Dejando atrás los clásicos del rock y apostando por un sonido más técnico y progresivo, Soen, formados en Suecia por el exbaterista de Opeth, Martín López, ofrecieron uno de los conciertos más emotivos de la jornada. Recibiendo el cálido apoyo de sus fans, Soen comenzaron su repertorio con “Sincere”, una bienvenida intensa que dejó claro desde el primer momento que Joel Ekelöf —vestido con un frac negro de interior granate— es un gran frontman. En lugar de decantarse por sus temas más contundentes, Soen apostaron por sus composiciones más emocionales, aquellas que definen su identidad, como “Martyrs”, del álbum Lotus, y “Memorial”. Desde el foso se podía ver cómo los miembros de la banda disfrutaban cada interpretación, intercambiando sonrisas y tocando espalda contra espalda durante los solos de guitarra. Uno de los momentos más impresionantes fue cuando Lars Åhlund tocó la guitarra y el teclado a la vez, arrancando una fuerte ovación del público. Por su parte, Martín López brilló con su batería de forma magistral en temas como “Monarch” y “Antagonist”, y además dedicó unas palabras en español al público, recordando que nació en Uruguay. Como broche final, “Violence” desató la emoción colectiva: los fans corearon hasta la última palabra.
Al girar la cabeza, el foso del escenario contrario ya estaba prácticamente lleno, especialmente de gente joven. El espectáculo que ofreció In Flames en el último día del festival quedó grabado a fuego en todos los que tuvieron la suerte de presenciarlo. Tanto los fans de siempre como los recién llegados quedaron completamente satisfechos, tanto por la calidad de sus composiciones como por el despliegue visual y técnico de su actuación. Esa es, una vez más, la calidad habitual de las bandas originarias de Suecia.
Algo tendrá el agua de allí, que produce tantas bandas legendarias. El repertorio fue un sueño hecho realidad para cualquier fan de In Flames: desde el pistoletazo inicial con “Pinball Map”, “The Great Deceiver” y “Deliver Us”, hasta la brutalidad de “In the Dark” y “Voices”. Esta descarga de intensidad levantó incluso a los más inmóviles de las sillas de la zona de food trucks. A medida que avanzaba el concierto, el sonido parecía subir en intensidad, clavándose más hondo, directo al pecho. Esos golpes que resonaban en las cajas torácicas obligaban a agitar la cabeza con cada golpe de caja de Tanner Wayne.
Anders lo daba todo, sin parar de un lado a otro del escenario, conmovido por la pasión en las miradas y las voces de sus fans. Con “Coerced Coexistence”, “Cloud Connected” y el archiconocido himno “Trigger”, los suecos parecían incansables. Este último tema fue coreado por todos y terminó de desatar la locura con los potentes bombos de “Only for the Weak”: saltos, puños al aire y gargantas al límite.“Meet Your Maker” y otro de los himnos más queridos de In Flames, “The Quiet Place”, dejaron boquiabiertos a sus fans más acérrimos, que no esperaban una selección de temas tan soñada como la de esa noche. Sin dejar espacio para el descanso ni respiro para el público, la banda continuó con una descarga imparable: “State of Slow Decay”, “Alias”, “The Mirror’s Truth”… In Flames se preparaba para cerrar su actuación como una de las mejores en la historia del Rock Imperium. Anders, Björn, Tanner, Chris y Liam se ganaron un lugar enorme en los corazones de todos los asistentes. Y lo agrandaron aún más cuando decidieron terminar con la grandiosa “I Am Above”, adornada con luces rojas que teñían el escenario de sangre, acompañada de riffs implacables y un groove contagioso. Tan coreada y explosiva, que parecía compuesta para ese preciso instante. Finalmente, “Take This Life” y “My Sweet Shadow” terminaron por consumir las pocas energías que quedaban en el foso. Pero, por escasas que fueran, se entregaron como si no hubiera un mañana.
Llegó entonces el momento más delirante, obsceno e impactante de toda la edición 2025 del Rock Imperium. Till Lindemann, junto con su séquito, tiñó de rojo y rosa el escenario Estrella Levante. Esa estética explicaba la presencia, entre el público, de numerosos fans vestidos con llamativos atuendos rojo chillón, fieles al estilo que caracteriza al artista alemán. Podría decirse que su show fue controvertido, vulgar e incluso de mal gusto, pero todo dependía de los ojos del espectador. Sensibles o no, hasta los más escandalizados se quedaron a mirar. Y eso es, precisamente, lo que busca Lindemann: exponer que muchos de los tabúes más rechazados son, en realidad, objeto de deseo y obsesión para otros.
Provocar, desafiar, incomodar. Ese es el arte de Till, y así es como él interpreta el mundo.La primera imagen proyectada durante “Zunge” fue la de su propia boca siendo cosida por una aguja gigante, como metáfora de la censura que afirma sufrir a diario. Conociendo sus particulares fetiches, no sería extraño que esas imágenes fueran reales. Las proyecciones continuaron con material explícito y provocador, como en “Altes Fleisch” o “Golden Shower”, cuyo título ya sugiere el contenido de la letra. La intensidad subió con “Allesfresser”, impulsada por una base electrónica potente y una batería que, gracias al impecable trabajo de sonido, se sentía directamente en el pecho. Cuando hay presupuesto, se nota. La polémica alcanzó su punto álgido con “Praise Abort”, un tema que habla con crudeza del odio hacia la descendencia y del apoyo explícito al aborto. Como es habitual en sus espectáculos, Lindemann, acompañado por una de sus guitarristas y escoltado por un sólido equipo de seguridad, bajó al foso para cruzar directamente entre el público.
Las letras y las proyecciones no eran lo único grotesco del espectáculo. Entre los músicos, vestidos con tops y pantalones de látex rojo, destacaba especialmente el baterista Joe Letz, quien llevaba un gancho bucal metálico que le forzaba a mostrar todos los dientes hasta las encías, además de llevar un par de pechos y una vagina de goma como parte de su vestuario. La calidad y el sonido casi de estudio con el que tocaban hacía sospechar si algunas pistas estaban pregrabadas o si, incluso, había partes en playback. Tal vez eran los acompañamientos lanzados desde mesa que, en exceso, camuflaban el directo. Temas muy conocidos por los fans, como “Fish On” y “Skills in Pills” —de la época en la que compartía composiciones con Peter Tägtgren (Hypocrisy)— fueron recibidos con euforia.
Lo verdaderamente chocante fue ver cómo el baterista abandonaba su instrumento para coger varios pasteles de queso con frambuesa y lanzarlos al público. Till, por su parte, no se quedó atrás: lanzó truchas frescas al aire —algunas metiéndoselas en la boca— e incluso utilizó un cañón lanza-truchas. Todas estas extravagancias son, probablemente, las que no puede hacer dentro de Rammstein. A las cuerdas del bajo, Danny se ganó un puesto destacado entre los músicos, especialmente en “Skills in Pills”, acompañada por una proyección de pastillas rebotando y saliendo de un… bueno, de un lugar del que no deberían salir pastillas. Entre toda la obscenidad visual y las letras tan directas y provocadoras, emergió una de las sorpresas más esperadas: una versión de “Entre dos Tierras”, de Héroes del Silencio. En Alemania sienten una profunda admiración por Bunbury, y fue tan inesperado como divertido escuchar la canción con el fuerte acento alemán de Till. Eso sí, le puso alma, y el público respondió coreándola con entusiasmo. El cierre fue con “Ich Hasse Kinder”, tema cuyo videoclip es considerado por muchos como una de sus grandes obras visuales, comparable incluso con los de Rammstein. La historia de venganza de un niño maltratado en la infancia dio punto final a un show tan polémico como inolvidable, que cierra con broche rojo una edición intensa del Rock Imperium 2025.
La banda elegida para cerrar por completo la cuarta edición del Rock Imperium fue Mind Driller. Si hubieran incluido su repertorio durante los primeros días, quizá habría encajado mejor, pero tras el altísimo nivel de metal industrial marcado por Till Lindemann, su propuesta se sintió completamente deslucida. Algunos asistentes decidieron quedarse tras el impactante show anterior —al fin y al cabo, era la última oportunidad de despedirse de su querido festival—, y Mind Driller se lo agradeció con una puesta en escena cuidada y con esfuerzo por animar a cada uno de los presentes. Temas como “Armour”, “Psycho” o “Happy Hunting” fueron bien recibidos por los amantes del género, que no parecían querer que la noche terminara. Aun así, la banda podría haberse lucido más en el escenario pequeño que, por primera vez, no fue incorporado este año al recinto. No obstante, al disponer de un escenario más grande de lo habitual, supieron aprovecharlo bien y ofrecieron un espectáculo correctamente ejecutado y bien ensayado. En comparación con ediciones anteriores, que cerraron con nombres de peso como The Darkness o Skid Row, este final de la edición 2025 se sintió un tanto descafeinado. Aun así, Mind Driller logró mantener a los más fieles en pie hasta el último minuto.
La cuarta edición del Rock Imperium concluyó con una jornada final tan variada como intensa. Desde nuevas promesas hasta bandas consagradas, el festival volvió a demostrar su capacidad para combinar tradición y vanguardia. In Flames ofreció una de las actuaciones más memorables en la historia del evento, y Till Lindemann, fiel a su estilo provocador, dejó una huella imborrable que aún se comenta entre los asistentes. Un balance general más que positivo. Rock Imperium 2025 se consolida como un festival que no teme arriesgar, y cuya próxima edición ya se espera con ansias.