Por Paula Doria
Este 2025, el Rock Imperium venía cargado de sorpresas. Siendo la edición con más competencia, este festival ha demostrado una vez más su sello de calidad en todos los aspectos: servicio en barra, limpieza, calidad de sonido y una gran selección de bandas en los dos grandes escenarios. La jornada del jueves comenzaba con ilusión para todas las edades: rockeros y rockeras veteranos, jóvenes que heredan el legado de sus padres, e incluso niños que lo pasaban genial tanto en los conciertos como en el parque hinchable montado cerca de las tiendas.
Con gorros y crema solar, los primeros valientes presenciaron los conciertos de Crummy y Diabulus in Musica, ambas bandas nacionales. También desde nuestro terreno y encajando perfectamente con el calor que emanaba del Parque de El Batel, los murcianos Iron Curtain aterrizaron con toda su potencia sobre el escenario. Su identidad de Speed Metal y su actitud de la vieja escuela recuerdan a bandas como Exciter o Motörhead. Con temas como “Jaguar Spirit” o “Gypsy Rocker”, queda claro que no se andan con rodeos: directos y al grano, canciones cortas para reventar al personal. Adornados con cadenas y parches, Iron Curtain hizo gritar a pleno pulmón y alzar los puños con la clásica “Brigadas Satánicas”. Sin duda, esta banda siempre es un acierto en cualquier festival, aunque su aparición tan temprana en el horario quizás no fue la más acertada. En ediciones pasadas se disfrutó más de su repertorio en un ambiente más íntimo y a la sombra del escenario pequeño.
Siguiendo con la línea del Speed Metal, pero con tintes de Black Metal, llegó el turno de Hellripper, primera banda extranjera del día. Desde Escocia y liderados por el joven de 30 años James McBain, Hellripper fue recibido con los brazos (o cuernos) abiertos. Puro caos en el recinto: luz verde a los pogos y, con ellos, la arena en suspensión. Temas como “All Hail the Goat” o “Hell’s Rock’n’Roll” desataron la locura. Riffs afilados, voces guturales y una puesta en escena agresiva. Canciones como “From Hell” o “The Hanging Tree” hablan de leyendas y mitos macabros con una personalidad muy marcada. No faltaron himnos como “Goat Vomit Nightmare” y “Bastard of Hades”, que descontrolaron por completo a sus seguidores. El doble bombo retumbaba en el pecho como un taladro, haciendo vibrar la sangre. Con bandas así, el futuro del Speed Metal está más que asegurado.
Después de un buen trago de cerveza para refrescar gargantas, ell escenario Estrella Levante acogía el espectáculo de Far East Groove. Y vaya que “Far East”, porque venían de Japón. Sin ser muy conocidos, lograron captar la atención de casi todos los presentes. Far East Groove interpreta temas inspirados en animes como «Fairy Tail2 o 2Naruto», que ellos mismos catalogan como “Bunny Metal”, aunque podría definirse como una mezcla entre rock sinfónico y la energía de los openings de anime. En paralelo a las canciones, se proyectaban en pantalla escenas icónicas de estos animes, provocando una fuerte conexión emocional con el público. Los miembros de la banda eran de lo más variado: una cantante con un vestido blanco bordado y lunares, un guitarrista con hombreras samurái y katana, el líder Yasuharu Takanashi con pantalones de escamas de dragón y un keytar negro con adornos dorados, y, como sorpresa, el violinista Tuomas Rounakari, exmiembro de Korpiklaani. Su propuesta fue especialmente atractiva para los otakus y para quienes buscaban una experiencia musical y visualmente entretenida.
Un poco deslucidos por la hora y el fuerte sol, Satan rompió el ambiente alegre y colorido para traer oscuridad y melodías infernales. Pilares fundamentales de la New Wave of British Heavy Metal, demostraron por qué sigue siendo una banda imprescindible. A sus 70 años, Brian Ross se dejó la voz desde el primer minuto con temas como “Trial byFire” (muy apropiado para el calor), “Twenty Twenty Five” o “Ascendancy”. Con ritmo firme y preciso, Sean Taylor, Graeme English, RussTippins y Steve Ramsey hicieron rugir sus instrumentos con “Burning Portrait”, “Break Free” y “Sacramental Rites”. Entre tema y tema, Brian se servía generosos tragos de una botella de Jägermeister, que sin duda le ayudaban a aguantar el tipo. Cerraron con “Alone in the Dock”, en un concierto auténtico, sin pistas pregrabadas: solo ellos contra el mundo. Una banda histórica que esperamos siga dándolo todo unos años más.
El infierno de Satan dio paso a las guitarras más hardrockeras de GUN, banda formada en 1987 en Glasgow y que llegó al Rock Imperium con ganas de dar caña. Mientras el bajista lucía pecho con una camisa hawaiana abierta de par en par, el cantante vestía una gabardina corta de color marfil. Iniciaron el show con “Lucky Guy” y el público empezó a moverse al ritmo de su música. Su álbum “Taking On the World” (1989) es un referente del Hard Rock de finales de los 80, diferenciándose del sonido americano de la época. Lejos de estereotipos, GUN demuestra su sello personal con temas como “Better Days”, “Shame on You”, o enérgicos cortes como “Money” y “Falling”. Además, incluyeron una versión de “Word Up!”, original de Cameo. Se notaba que esta es una banda muy querida y que muchos disfrutarían aún más en una gira en solitario.
Finalmente, llegó el momento del caos controlado en el escenario Thunder-Bitch: Airbourne aterrizó en Cartagena con tanta fuerza que casi levanta el suelo del recinto. Un sonido espectacular y una energía imparable que dejó boquiabiertos a todos. Joel O’Keeffe apareció ya sin camiseta y empapado, y desde su primer grito dejó claro que este sería uno de los mejores conciertos del festival. Comenzaron con “Ready to Rock”, y los fans coreaban cada sílaba. Saltos constantes con “Too Much, Too Young, Too Fast”, “Burnout the Nitro” o “Back in the Game”. Joel no paraba: parecía alimentado por cuatro bebidas energéticas. En “Girls in Black”, se subió a los hombros de un miembro del equipo de seguridad y cruzó el público cantando a pleno pulmón. Los más afortunados pudieron sentir su energía de cerca. Aún a hombros, reventó una lata de cerveza contra su frente para bebérsela de un trago. ¡Un showman en toda regla!
De vuelta al escenario, sonaron los acordes de “Bottom of the Well” con una intro de Ghostbusters, y la locura continuó. Joel agarró un foco con la mano, corrió, saltó, animó pogos… ¡así se empieza un festival! Un no parar de clásicos como “Breakin’ Outta Hell”, “ Rock n’ Roll” o “Gutsy” desataron el frenesí. Para sorpresa del público, Joel y su banda dedicaron un emotivo momento a Lemmy (Motörhead): prepararon una copa de Jack Daniels con Coca-Cola, la bebida favorita del ícono, para cada miembro del grupo, y brindaron mientras tocaban el legendario riff de “Ace of Spades”.
Otra sorpresa fue la gran cantidad de pirotecnia, incluyendo cohetes, llamaradas de fuego y la activación de una sirena mecánica rotatoria, un dispositivo manual que alertó a todos de un auténtico bombardeo de puro rock. Y eso no fue todo: con “Live It Up” y “Rock n’ Roll forLife”, Joel no paró de lanzar vasos llenos de cerveza a quienes se subían a hombros de sus amigos. ¡Y con gran puntería, llegó a encajar más de un vaso directamente en las manos de los fans! Tras cerrar este espectáculo increíble con “Runnin’ Wild”, el público quedó totalmente exhausto, habiendo disfrutado de uno de los mejores conciertos de sus vidas. Este cabeza de cartel debería ser obligatorio en todos los festivales del país.
Tras un breve descanso para rellenar los vasos, los fans se dirigieron al escenario de la derecha (que contaba con una iluminación mucho más potente) para ver a la leyenda: King Diamond. Desde Dinamarca, esta banda destaca por su meticulosa puesta en escena, representando el Hospital Saint Lucifer de los años 20: una primera planta con ventanas enrejadas y puertas cerradas sirve de base para la batería, situada entre dos escalinatas unidas por una plataforma central. Ventanas góticas, estalactitas de hielo, luces rojas, humo, faroles y otros elementos tenebrosos transformaban el Parque de Batel en un escenario de horror.
A juego con el decorado, King Diamond apareció con su habitual estética: vestido como un médico de la peste, sombrero de copa y su característico maquillaje. Su micrófono, una cruz hecha de dos huesos humanos, completaba la impactante imagen. Su setlist se centró en sus obras maestras de los años 80, comenzando con “Arrival”, “A Mansion in Darkness” y “Halloween”. Cada tema venía acompañado de una escena teatral que ilustraba la lírica: una mujer (Jodi Cachia), vestida con harapos blancos, caminaba lentamente por lo alto del escenario sujetando un farol oxidado.
En “Voodoo”, King le hablaba a uno de sus bastones, coronado con la cabeza de un dragón demoníaco. No se trató de un concierto convencional, sino de un verdadero ritual con ejecución impecable. La voz de King poseyó al público, lanzando sus emblemáticos falsetes que ponían los pelos de punta. Con ese horror teatral tan característico, interpretó también “Spider Lilly” (tema de 2024), “Sleepless Nights” y “The Invisible Guests”, adornado con máscaras que parecían hechas de piel humana colgando de sus mejillas.
Por la gótica y humeante estructura se movía otra figura femenina, jugando con muñecas de aspecto abandonado, tratándolas como hijas para luego arrojarlas al vacío. En “Welcome Home”, Jodi encarnó a una abuela enloquecida, mientras King llevaba ahora una máscara de anciano momificado. Como novedad, King anunció que están trabajando en dos álbumes nuevos: uno para King Diamond y otro para su banda paralela, Mercyful Fate. Con Matt Thompson a la batería y Pontus Egberg al bajo, la ceremonia coral dio paso a “Eye of theWitch”. Con los letales riffs de Andy La Rocque, “Burn” sonó con una precisión quirúrgica digna del personaje que King representa. No podían marcharse sin antes tocar “Abigail”, una auténtica obra dramática ideal para cerrar esta noche de horror-metal.
Fue cuanto menos chocante ver aparecer, acto seguido en el escenario contrario, una cabellera llena de mechas rubias que nada tenía que ver con el ambiente oscuro que acabábamos de presenciar. Fue como despertarse de golpe de un profundo sueño. Los alemanes Kissin’ Dynamite apostaron por todo lo contrario: puro rock’n’roll, actitud festiva y pantalones ajustados. Ni siquiera llevaban decorado o una lona con su logotipo, pero no les hizo falta. Su energía desbordante bastó para adueñarse del recinto. Con temas como “I’ve Got the Fire”, el público coreaba sin parar. Hannes animaba sin descanso a gritar, saltar y agitar las melenas. Con un enfoque moderno y fresco, Kissin’ Dynamite demostraron su experiencia sobre las tablas, conectando con temas como “Only the Dead”, “Notthe End of the Road” o “I Will Be King”, en la que Hannes apareció con una capa roja de monarca. Aprovechando el momento, dividió al público en dos mitades para hacerlas competir a gritos.
Cerraron con “Raise Your Glass”, y los asistentes, encantados, alzaron sus vasos al cielo. Hannes aprovechó para despedirse subido a las piernas de dos compañeros, manteniendo el equilibrio con los brazos abiertos: una imagen divertida y memorable.
Para cerrar la noche, el festival volvió a cambiar por completo de atmósfera con Triumph of Death, banda liderada por el legendario Tom G. Warrior. Ante una inquietante imagen de una calavera rodeada de serpientes, Triumph of Death revive los clásicos de Hellhammer, banda activa entre 1982 y 1984, que dejó una huella imborrable en la historia del metal extremo. Tras la disolución de Hellhammer, Tom fundó Celtic Frost, y en 2023 decidió volver al origen bajo el nombre del álbum debut de Hellhammer: Triumph of Death. El repertorio incluyó temas históricos como “Massacra”, “Blood Insanity”, “Chainsaw” y “Reaper”. Con su sonido crudo, denso y auténtico, Tom se notaba disfrutando del momento, especialmente al ver a los fans que aguantaban hasta el final de la jornada. Muchos se sentían afortunados de escuchar en directo joyas como “Aggressor”, “Messiah” o incluso el clásico de Celtic Frost, “Visions of Mortality”.
Un inicio de festival cargado de energía, sorpresas, y frontmans absolutamente incansables. El primer día de la cuarta edición del Rock Imperium dejaba el listón altísimo… y apenas estaba comenzando.